En 1954, la actriz estadounidense Ava Gardner, descrita como “una de las criaturas más impresionantes del planeta” por la revista Saturday Review, emprendió una gira mundial para promocionar su nueva película, La condesa descalza.

Con un itinerario agitado que incluía Río de Janeiro, Estocolmo, Roma y Tokio, la señorita Gardner llegó a Singapur a principios de diciembre. Naturalmente, se alojó en Raffles Singapore, donde posó para los fotógrafos a su llegada y luego, para su deleite, se cambió a un elegante cheongsam de satén ajustado. Aunque no podemos precisar con cuánto equipaje llegó, según The Straits Times, se fue con 40 maletas y pagó un increíble cargo de $4000 por exceso de equipaje en el aeropuerto. 

La visita de Gardner fue una de las varias realizadas por estrellas de Hollywood y políticos en ascenso durante la década de 1950, a medida que la Singapur de posguerra se volvía gradualmente más segura y ordenada. Cuando dos tímidos soldados británicos le pidieron a Gardner su autógrafo, les dijo: “¿Por qué conformarse con eso, muchachos? Vengan, les daré un beso”. Amante de la diversión, se decía que era una de las pocas personas capaces de igualar, trago por trago, a Ernest Hemingway, su amigo de toda la vida y habitual en Raffles Singapore. La ginebra era su bebida preferida; también disfrutaba de los cócteles, por lo que, aunque la historia no registra qué eligió del menú de bebidas del Long Bar, es muy probable que haya sido un Singapore Sling a base de ginebra.

Ava Gardner no siempre fue el modelo del decoro: se le prohibió el acceso a Ritz en Madrid después de un “incidente” en el lobby del hotel; también se le prohibió el acceso a St Regis en Nueva York por derramar una bebida sobre los pantalones del entonces propietario. Pero en Raffles Singapore se la recuerda solo por su encanto personal y su exquisita belleza. Hoy en día, su visita es conmemorada con una suite que lleva su nombre, tan glamorosa como la propia Ava Gardner.